11 de octubre de 2014

La manía de querer ser escritor.

Hay tres tipos de niños: Los que sueñan con la fama, los que pretenden tocar la luna y los marginados, estos últimos pintan, rayan y se quejan, la mayoría de veces terminan cambiando el mundo (o al menos soñándolo).

Narrar los años que la mayoría llaman perfectos es pérdida de tiempo, yo los pasé queriendo crecer cada día un poco más. No hay mucho qué decir cuando se es pequeño, narrarle al diario qué se hace o qué se come termina hastiando.

En general te crece el pene o las tetas y con ellos la curiosidad. Así te folla la literatura y te subyugas a volver a hacerla y recrearla, experimentarla y joderla, descubres mil maneras de llevarla a cabo y partir de eso la desarrollas y criticas, conforme a eso va creciendo. Te leen, se sienten con el poder de opinar; los retas a hacer algo mejor y cuando se codean con tu superioridad y ella los manda al carajo, no fue tan difícil joderlos, ¿no? Basta con conocer un novato para que el orgullo crezca, conoces al segundo y hasta la última partícula se engrandece con locura.

Sale lo filósofo y te crees Lacroix. Un poco de erotismo y eres Sadé. Basta con leer el manifiesto y eres un comunista de izquierda, y así sucesivamente, no sabes quién eres porque la personalidad que te ofrecen va mejor contigo que la anterior… terminas con un mercado negro de estupideces que a nadie más que a ti le interesan.

Todo lo que haces tiene un poco de ti, hasta que intentas que no lo tenga y fracasas, entras a alguna variación de crisis existencial que se hace visible en “tiempos de descanso”, le escribes a tu primer amor, a tu mejor amigo, odias al mundo y vas matando a unos cuantos, odias a uno en específico y por inercia terminas convirtiéndote en él. Te das cuenta que eres una escoria y encuentras más escorias, dejas de ser escritor cuando lo analizas, ahora sólo escribes, sólo vives como los demás miserables. Ya no hay superioridad que valga, ibas muy rápido para darte cuenta que pisaste mierda.