8 de noviembre de 2014

Psicoanálisis social.

Luego de tan ajetreado día, entró la última consulta y tomó asiento en el diván.

-Me siento tan cansado…

Hoy, Facebook tenía la cara de adicto de siempre, sus condecoradas ojeras contrastaban con la vitalidad de sus colores.

No lo pensó dos veces antes de hablar.

-Los odio a todos señora, me presionan con su vida. Sólo podría decir que ocupo tanto tiempo con sus problemas que no me queda para los míos.

-De ser así podríamos evaluar maneras de solucionarlo, ¿podríamos centrarnos en usted?

-Por supuesto –dijo-. Continúe.

-Soy el dios de muchos, eso amerita que me comporte de manera civilizada para mantener sus conductas al ras y evitar choques morales o ideológicos, el problema no es ese sino que los fanáticos son tan… ridículos, no viven en paz, no dejan vivir. Me rezan como si el real les oyera, suplican, ruegan e interceden por otros, ¿¡y yo qué puedo hacer, dígame, qué!? ¿Etiquetarlos, modificar su comportamiento con invitaciones a juegos? ¡NO!

-¿Y qué lo hace pensar que usted no es dios?

-Las ridiculeces con las que me salen… verá, ofreciéndoles el medio para que se expresen le dicen a su amigo que supuestamente otro amigo les dijo que vieran “x” cosa, el amigo, con un papel excepcional de periodista, entera a otras cien personas hasta que el mensaje llega a su destino, o se etiquetan en fotos de cosas interesantes para mostrarse multifacéticos, puede que le restrieguen al mundo que tienen un mejor amigo en Facebook, una película de diez minutos o una familia feliz; vaaaya familias felices las que en el chat se mandan al carajo. Joder, y ni hablar de la cantidad de dinero que me piden por cada like, yo juro no estar consciente de lo que hice al poner esas manos. He tomado la decisión de acabar con mi vida.

-Pero acabaría con las de ellos también.

-Bueno… es un buen punto. Volveré el miércoles, hasta luego.