19 de abril de 2013

Querida señora Muerte


He venido a limpiar su nombre. 

Esta es otra de mis visitas matutinas, sólo que esta vez no vengo por seis horas, hoy mi tiempo es limitado, tengo cinco minutos que invertiré en usted así carezcan de importancia. Hoy desgastaré mi voz y mis sollozos si es necesario para demostrarle que es, después de la vida lo mejor de nuestras torpes existencias. La admiro, a usted y al sigilo con el cual se lleva poco a poco a las personas que amo de verdad. 
Gracias a pasadas experiencias en las que me vi obligada a enfrentarme a los profundos pozos negros a los que tiene el descaro de llamar ojos, ahogados entre lágrimas, he concluido que aunque suene contradictorio la quiero, pues de no ser por usted no sabría que es querer con el corazón ni mucho menos amar en la distancia. 

Usted, de formas particulares seduce a sus víctimas, llena de codicia y envidia por el privilegio de llevar consigo pasión roja corriendo libre por sus venas y testimonio silencioso del dolor de la humanidad; seres que fueron los ojos de alguien que aún camina por callejones vacíos, esperando a que libere a aquel que ama.

El problema que creo logramos percibir tanto usted como yo es la estúpida forma en que aprovechamos su encuentro, siempre dudando de usted, siempre dejándola pasar... 

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