14 de junio de 2013

Sabor a Sal

A él le confesé que la lluvia tiene sabor, él de algún modo conoce quién soy, o quien quiero ser, aunque me pregunto qué pasará cuando sepa qué soy.

Le conté que una lluvia me supo a miel, una a azufre, que no volví a acercarle mi lengua, sólo un poquito o me resignaba a olerla. El sabe lo sensible que puedo llegar a ser, que no soy una dama por completo, que veo y que no, en que me fijo y en que no, él sabe lo que sé de la vida, pero mejor, hasta ahora él no sabe que las lágrimas son lluvia con sabor a sal, y ahora que se presenta la oportunidad, quiero que lo sepa...  por eso digo que las regaderas tienen que regar el par de flores que me adornan la cara, aunque me digan que ya las he regado lo suficiente, y que si sigo se van a ahogar.

Hay cosas y momentos en la vida en que no puedo regar mis plantas, entonces acumulo en mi garganta un poco de sabor a sal, porque sé que no me hará daño, o bueno, eso intento disimular, sí me hace daño, pero sigo anhelando el momento en que no lo haga; he aprendido a aprovechar los momentos en que puedo regarlas, sin tener que darle explicaciones a nadie, sin tener que declamar en cada lágrima un poco de la poesía del momento, sin tener que reincidir en el circulo vicioso de la lástima social.

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