2 de septiembre de 2013

Tráeme un bisturí

Estoy tan casada de mí, de muchas cosas que me conforman. Quiero un bisturí para los defectos, un par de cirujanos que me hagan daño y acaben con todos ellos, pueden empezar por una anestesia de mentiras que me ofrezca seguridad, sólo un poco para estabilizarme mientras me envían al mundo, digo, al quirófano. Una vez esté dentro creo que no sentiré nada, pero estaré consiente..., espero tener la oportunidad de morir una o dos veces.

Ésto va a empezar, los nervios se incrementan. La primera incisión libera mis demonios, me arde el pecho, siento un cosquilleo, tengo un termómetro, parece que la euforia causó una fiebre ligera, me medican algún líquido espeso el cual irá del catéter a mi corazón; se escuchan gritos de dolor, alaridos. Me desangro, en ese río rojo huye lo que quiero ser, mis sueños y utopías se largan, los médicos intentan ponerle un fin a ésto, pero no lo logran. Mi vida se escapa entre sus dedos, no quiero que los que me esperan afuera escuchen malas noticias.

Todo progresa, va a la perfección, han parado la hemorragia, y ya no me arde nada, no siento cosquillas, ni ardor, me limito a respirar, ellos se van, ¿qué hacen? -pregunto angustiada- ¿por qué se van?

-No podemos hacer más por ella, la responsabilidad recae en sí misma.

Y se van, sin retirar el gas, el catéter, las agujas ni mis demonios, a la izquierda la morgue, a la derecha mi futuro, se sabe qué camino seguiré, pero como lo dijeron ellos, todo depende de mí.

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